DÍA 86: Turbulencias, Miradores y Capillismo.

Hoy me he sentado en la incomodísima silla de skay japonés de mi habitación a respirar un poco. Si, respirar, sencillamente, tomarme un café de tiempo conmigo mismo, charlar, hablar de mundanidades, contarme lo que he hecho (y lo que no). Las turbulencias tambalean el café, lo ponen todo perdido y luego el que recoge eres tú pero aún así merece la pena intentarlo.

Veintidós días ausente por esas mismas turbulencias, sucesos de baja difusión de momento, alta convección y cambios espacio-temporales rápidos de presión y velocidad. Turbulencias espaciales, temporales, sentimentales, profesionales, ajenas e incontrolables, en las que todavía me hallo. Una serie de impactos que han bombardeado momentáneamente mi pequeño avión de papel en mitad de sus meses de vuelo. Me resulta realmente complicado obviar el mundo en el que estoy sumergido, pero no es la primera vez que la escritura se convierte en el clavo ardiendo que me saca adelante.

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Yo, sonriéndole a la vida.

Y es que de las turbulencias hay que salir sea como sea, así que he intentado emplear mi tiempo en todo lo que he podido. Entre otras cosas ahora enseño español. Gracias a un chaval del barrio y a una casualidad (El destino es mentira, las casualidades mueven el mundo). Koji, el muchacho en cuestión, es un chaval que se va a vivir a Bolivia sin tener ni idea del idioma, un auténtico aventurero, porque si venir a Japón es difícil, salir de Japón tiene que ser para contarlo (lo mismo se hace un blog para dar la brasa como servidor, quién sabe). El caso es que este trabajo, me está permitiendo disfrutar un poquito más mi estancia en Japón, aunque sea simplemente comiendo en sitios que en otros momentos no me podía permitir (sitios de los que hablaré en algún especial de comidas raras). Aparte, tengo que admitir que me lo estoy pasando muy bien enseñándole las perlas de este nuestro lenguaje a Koji. Es mucho más difícil de lo que parece enseñarle a alguien un conocimiento que has aprendido por inercia como es el lenguaje, no es para montar un dramón laboral, pero tampoco es sencillamente ponerse y ¡ala! hablar a lo loco.

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“…y si quieres cerveza, nunca pidas Cruzcampo ¿de acuerdo?”

Con la clase de cultura japonesa, hice una excursión, mejor aún que la anterior, que no es poco. Esta vez andurreamos por Asakusa y por Shinjuku e hicimos una parada en un museo que se llama Museo de Tokyo-Edo. Yo, como buen español pos-pompa inmobiliaria, le tengo poca fe a todos aquellos museos que se salgan de los cánones generales, y este por fuera da bastante mala espina. Un cacharro posmoderno, posado al lado del río. No me habría extrañado nada que se convirtiera en un Megazor, o que nos abdujese en un intento por exterminar a la raza humana, la verdad.

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A mi no me mires, yo voté a Kodos.

Pero me llevé un buen “Zas, en toda la boca” cuando lo vi por dentro. Era una recreación de Tokio y de lugares importantes de la ciudad de Edo, pero recreación de verdad, con unas maquetas con un nivel de detalle que jamás había visto antes y reproducciones a tamaño real de una calidad pasmosa. Dentro del museo-Mazinguer algo que me llamó la atención: en mitad del museo tienen una reproducción de un trozo del Nihonbashi, el puente más importante de Edo, que era el Shibuya del SXIX, (La ciudad tenía así a lo tonto, un millón de habitantes entonces). El caso, es que tras el nombramiento de Tokio como capital, el centro se dispersó, cambiaron el puente por una pantomima neoclásica y la escabechina fue curiosa. Y luego, una vez destrozado todo, deciden recrear parte del puente original y revivir el barrio en varias maquetas. Y nunca oirás a nadie decir que lo del Nihonbashi fue un desastre. Cosas de Japón.IMG_2466 IMG_2416IMG_2431 IMG_2444

La comida transcurrió en un restaurante bastante curioso, donde comimos Chanko (estofado DIY, pero con té en vez de agua) y me peleé con un alemán en la arena de sumo. Lo más indigno de la pelea fueron las zapatillas de señora que tuvimos que utilizar para no pringarnos los pies con arena.

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La arena de lucha y las indignísimas zapatillas en primer plano.

Y a partir de ahí todo fueron miradores, primero de la zona de Asakusa desde el puesto de información de Kuma que tiene una cafetería con una terraza de esas de caída de mandíbula. También pude sacar alguna foto interesante del Senso-Ji, al que ya he ido por segunda vez y preveo que va a ser un punto de retorno habitual. Y el segundo mirador (de la tarde) fue el gobierno metropolitano de Tokio de Tange. A doscientos metros de altura el atardecer es otro cantar.

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La oficina de turismo de Kengo Kuma.

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De camino a Senso-Ji, por la ruta del “omiyage”

IMG_2651Y como Tange me gustó bastante, decidí darle una oportunidad a Santa María de Tokio, que aunque estaba bastante apartada, mereció la pena. El caso es que además pillé una misa cristiano-coreana en el interior, una cosa bastante rocambolesca ya que la gente llevaba tapetes de crochet en la cabeza, y aplaudían cada dos por tres. Hace mucho que no voy a misa, pero en la parroquia de San Pedro, como mucho estaban los niños de primera fila con la camisa impoluta y el pelo peinado con una raya a fuego, que además, seguro que daban más pesetas que yo (pesetas, si, pesetas). Al rato de estar allí haciendo el paripé, sin saber muy bien donde meterme, una señora muy agria me dijo que no se podían hacer fotos, pero fui más rápido, así que aquí podéis ver Santa María de Tokio por dentro y por fuera.IMG_2679 IMG_2708 IMG_2683 Panorama_sin_título2

También pude ver ese día la Nagakin, que está en un estado deplorable casi a punto de ruina. Es muy triste ver como un edificio tan importante está tan abandonado y en un estado tan desastroso. En este artículo que tuvo la amabilidad de mostrarme Montse Solano, podéis ver lo que es vivir en Nagakin y su deterioro.

He visitado algún que otro sitio más pero no quiero extenderme demasiado, hasta para escribir hay que tener mesura (Ken Follet, no es por tí, es por mi). La verdad es que aparte de las clases de español y las visitas, estoy con las redacciones finales para las asignaturas del curso, leyendo en la biblioteca, o sencillamente viendo una película (Entre otras perlas, he conseguido ver “Novecento” ENTERA, cinco horazas de película, aunque no del tirón, eso todavía es demasiado para mi tierna masa cerebral)

Y hoy aparte de ver una película (“Loreak”, que no se llevó ningún Goya, pero que lo vale la verdad) he vuelto a coger la bici (no es culpa mía, es del tsuyu, como ya dije en el post anterior) envuelta en una preciosa telaraña, así que he ido camino a Bandobashi, una zona que tiene un parque bastante agradable para pedalear y que desemboca casi en el puerto. Pues mientras iba de camino, me he cruzado con gente vestida con unos kimono de colores, rojos, negros, azules, blancos, incluso en el peor de los casos solo el kimono (que es una chaqueta) y unos calzoncillos blancos. Así que he aparcado la bici y me he ido a ver las procesiones del barrio. Esta vez no ha sido como aquella procesión del pene de Kawasaki, aquí llevaban altares construidos como los templos (unas estructuras de madera que aún estoy intentando comprender) y sujetos por mujeres y hombres. Estos se dedicaban a brincar de una pierna a otra gritando y dando palmas mientras otros, los “cofrades” mayores, los zarandeaban con bastante mala leche y les daban ánimos (la estrategia poli bueno, poli malo, supongo).IMG_3041 IMG_2894 IMG_2903 IMG_2919 IMG_2928 IMG_2968 IMG_2985

Debía ser algo así como el Corpus granadino, o la Magna Mariana porque había al menos doce altares con sus respectivas “cofradías” de gente dando voces. Un espectáculo increíble, además de un ambiente familiar muy acogedor, algo que es poco común por aquí.

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Lo mismo la próxima vez que salga con la bicicleta me encuentro algo mejor quien sabe, a ver si mejora ya el tiempo (y las turbulencias).

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